Teseo y el minotaruo

El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

    -¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió. 

                                                            (La casa de Asterión – JL Borges)

Cuenta una leyenda, que en un tiempo ya muy remoto, cuando los dioses y los seres mitológicos convivían con los hombres, reinaba en la isla de Creta un rey llamado Minos, un rey rico, poderoso y respetado. Pero un día, el rey recibió una terrible noticia, su hijo había sido asesinado en Atenas, y el rey no dudo ni un solo instante, Creta declaró la guerra a los atenienses.

Atenas, en aquel tiempo, era aún una ciudad pequeña, sabedora de que no podría hacer frente al ejercito de Minos, decidió enviar a sus embajadores a pedir la paz al rey cretense. Minos aceptó, pero a cambió de no destruir la ciudad ellos deberían cumplir una condición  enviar a catorce jóvenes, siete varones y siete mujeres, a la isla de Creta, para ser arrojados al Minotauro.

En el palacio de Minos había un inmenso laberinto, con cientos de salas, pasillos y galerías. Era tan grande que si alguien entraba en él jamás encontraba la salida. Dentro del laberinto vivía el Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Cada luna nueva, los cretenses debían internar a un hombre en el laberinto para que el monstruo lo devorara. Si no lo hacían, salía fuera y llenaba la isla de muerte y dolor.

Cuando se enteraron de la condición que ponía Minos, los atenienses se estremecieron. No tenían alternativa. Si rehusaban, los cretenses destruirían la ciudad y muchos morirían. Mientras todos se lamentaban, el hijo del rey, el valiente Teseo, dio un paso adelante y se ofreció para ser uno de los jóvenes que viajarían a Creta.

El barco que llevaba a los jóvenes atenienses tenía velas negras en señal de luto por el destino oscuro que le esperaba a sus tripulantes. Teseo acordó con su padre, el rey Egeo de Atenas, que, si lograba vencer al Minotauro, izaría velas blancas. De este modo el rey sabría qué suerte había corrido su hijo.

Caronte, el barquero del inframundo

Mientras los jóvenes atenienses esperaban la suerte de saber quien sería el primero en ser introducido en el laberinto como sacrificio al Minotauro, Teseo conoció a Ariadna, la hija mayor del rey Minos, los jóvenes se enamoraron el uno del otro inmediatamente.

Ariadna le dio a Teseo una espada mágica, con la que podía matar al minotauro, y un ovillo de hilo que debía atar a la entrada del laberinto, para ir desenrrollándolo por el camino, y de esa manera encontrar el camino de salida. Después ambos huirían juntos a Atenas, ya que la joven sospechaba que su padre nunca le perdonaría su traición.

Llegó el día en que el primer ateniense debía ser entregado al Minotauro. Teseo se ofreció voluntario para ser el primero. Ató una de las puntas del ovillo a una piedra y comenzó a adentrarse lentamente por los pasillos y las galerías. A cada paso aumentaba la oscuridad. El silencio era total hasta que, de pronto, comenzó a escuchar a lo lejos unos resoplidos como de toro.

El ruido era cada vez mayor. Allí estaba el Minotauro. Era tan terrible y aterrador como jamás lo había imaginado. Sus mugidos llenos de ira eran ensordecedores. Cuando el monstruo se abalanzó sobre Teseo, éste pudo clavarle la espada. El Minotauro se desplomó en el suelo. Teseo lo había vencido.

Al enterarse de la muerte del Minotauro, el rey Minos permitió a los jóvenes atenienses volver a su patria. Antes de que zarparan, Teseo introdujo en secreto a Ariadna en el barco, y también a Fedra, su hermana pequeña, que no quería separarse de esta.

En el viaje de regreso, una tormenta arrojo al barco a una isla, fue allí donde Ariadna cayó al suelo desmayada en un lugar donde no pudieron encontrarla, por lo que el barco tuvo que partir sin ella. El apenado Teseo olvidó izar las velas blancas, y su padre, el rey Egeo, que todo los días se sentaba durante horas divisando el mar para ver si la nave regresaba, al ver las velas negras, sintió que su vida ya no tenia sentido, y se suicidó arrojándose desde un acantilado.

Teseo fue recibido en Atenas como un héroe. Los atenienses lo proclamaron rey de Atenas y Teseo, tomó como esposa a Fedra.

Fran González

Mitología griega, medusa

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