Muerte a 33.000 pies de altura
Muerte a 33.000 pies de altura
Aunque parezca algo extraño, la mayoría de los que hemos trabajado a bordo de un avión durante mucho tiempo. Hemos pasado por la experiencia, de tener un fallecimiento en pleno vuelo. Después de todo, las personas morimos en cualquier sitio, no solemos tener la oportunidad de elegir.
El vuelo
Esto sucedió entre los años 2004 y el 2005, por lo que puedo recordar. El vuelo era de Madrid a Costa Rica, haciendo escala en Guatemala, donde había un cambio de tripulación auxiliar. Quiero decir, que los tripulantes de cabina nos bajábamos y nos reemplazaban otros.
En ese vuelo, me tocó atender la cabina de business. Para los que no estén familiarizados, les diré que en aquel entonces, trabajábamos cuatro personas atendiendo dicha cabina. Dos por cada pasillo, y además de asistir a los pasajeros de la clase preferente. Por proximidad, éramos los encargados de atender a la cabina de pilotos y también dábamos los mensajes por el micrófono, entre otras cosas.
Estábamos acabando de embarcar el vuelo, cuando en el último momento se presentó una señora mayor en silla de ruedas, muy desorientada, acompañada por una enfermera. Iban en clase business y tenían los asientos 2A y 2C, o sea mirando hacia la cola del avión estaban a la derecha. En la segunda fila de asientos, la enfermera se sentó en la ventanilla y la señora, visiblemente desmejorada, se sentó en el pasillo.
Continuamos con el cierre de puertas y el procedimiento estándar. Después del despegue, empezamos a preparar la cabina para ofrecer el aperitivo e ir calentando las comidas. Mientras iba arriba y abajo por el pasillo, me fijé que la enfermera tenía una mano sobre el pecho de la anciana, la cual permanecía con los ojos cerrados y con su otra mano, sostenía un pañuelo bajo su mentón. Sinceramente, en aquel momento pensé que le estaba haciendo Reiki, miré interrogativamente a la enfermera por si necesitaba algo, pero con un gesto me hizo saber que no me preocupase.
Al repartir los manteles para empezar a dar las comidas, le pregunté a la enfermera si la señora comería algo o quizás prefería esperar. Me contestó que tal vez más tarde. Servimos las comidas, los pasajeros comieron tranquilamente y procedimos a retirarlo todo y preparar la cabina, para que los pasajeros pudieran descansar. Un compañero del otro pasillo y yo empezamos a repartir las botellitas de agua. Cuando pasé al lado de la señora y su enfermera, esta última me miró con los ojos como platos. Me limité a decirle: si, desde hace rato.
Muerte en cabina
Una vez en el galley (la cocinita), comentamos que la señora parecía más muerta que viva. De hecho, yo me había fijado que la mujer estaba cada vez más blanca, pero después de todo, iba acompañada por una enfermera. Se lo comentamos al sobrecargo, quien rápidamente fue a hablar con la enfermera, la cual nos dijo que como estaba dormida, no se había dado cuenta, pero que efectivamente, parecía que había dejado de respirar.
Rápidamente, procedimos a dar un aviso pidiendo un médico por el micro. Se identificaron tres, un señor que viajaba con su familia y dos médicos sin fronteras, que iban a Guatemala a pasar una temporada de voluntarios. Nos certificaron que no había nada que hacer.
Decisión complicada
A todo esto, la enfermera nos había comentado que en realidad ella era hija de la difunta, además de ser su enfermera acompañante. Que en realidad ella había tenido que viajar, porque la señora estaba de crucero por el Danubio con una amiga, cuando había tenido un problema de salud y la habían tenido que ingresar en un hospital en Austria. En donde permaneció durante un mes.
Llego un momento que su amiga regresó a Guatemala y entonces ella, visto que su madre había mejorado, fue a buscarla para poder acompañarla durante el viaje de regreso. En ese momento, llegó el sobrecargo y le dijo que necesitaba la documentación de las dos para comunicarlo a la compañía y que el departamento de operaciones tomase una decisión.
La situación se torna difícil
Estábamos a la altura de Lisboa, llevábamos una hora y media de vuelo aproximadamente. Le llevamos los pasaportes al comandante y a los pocos minutos, nos llamaron de cabina: ¡el comandante estaba indignado! Ni los apellidos ni las nacionalidades coincidían.
Rápidamente fuimos a pedirle explicaciones a la supuesta hija. Entonces nos aclaró que bueno, en realidad no era su hija, que ella era la hija del novio de la señora. Por cierto, la señora fallecida era nicaragüense, con un conocido apellido de aquel país. Aquello cada vez nos parecía más enrevesado. Una vez aclarado el tema de la documentación, operaciones nos indicó que debíamos continuar con el vuelo, para no trastornar al resto de los pasajeros con demoras.
Tranquilidad
Y así se lo comunicamos a la hija/hijastra/enfermera. Una vez confirmado que continuábamos a destino y que no volvíamos a Madrid, la actitud de esta cambió radicalmente: se relajó, empezó a pedir brandy, uno detrás de otro. Y empezó a hablar por los codos. A todo esto, habíamos conseguido llevar todo este tema con la mayor discreción y ningún pasajero, excepto los médicos, sabían que llevábamos un cadáver a bordo.
La señora iba con la manta hasta el cuello y se le puso un antifaz, con el asiento totalmente reclinado durante todo el vuelo, como si estuviese durmiendo. El vuelo continuó tranquilo.
Oscuras acciones
En un momento dado los cuatro tripulantes que íbamos delante empezamos a cruzar información:
Los médicos sin fronteras, habían dicho que había algo muy raro en todo el asunto. No entendían que si la fallecida había tenido un derrame, la enfermera/hijastra le había dado un anticoagulante, la medicación que le había proporcionado era totalmente contraproducente e incluso, peligrosa.
La hijastra se había soltado la melena y la lengua con el brandy. Comenzó a hablar pestes de la muerta: que si era una caprichosa, que si siempre había que hacer lo que ella decía, que era una egoísta e insoportable…en fin que había pasado de ser la solícita enfermera a la pariente despechada. De hecho, se cambió de asiento y continuó bebiendo.
Para relajar la tensión, los miembros de la tripulación empezamos a inventar toda una película. Llegamos a la conclusión de que por su actitud, ella misma se la había cargado, que si tenía toda la pinta de enfermera psicópata, que si llevábamos una asesina a bordo, que si el fantasma de la señora nos estaría esperando en la zona de descanso para clamar justicia, en fin, las mil y una hipótesis a cada cual más descabellada y fantasiosa.
Cuando llegamos a Guatemala, nos estaba esperando el equipo forense, que nos interrogaron y se llevaron el cuerpo, ya rígido y maloliente. Ante el estupor del resto del pasaje, que como ya he dicho, convivieron con un cadáver durante diez horas sin saberlo.
A la mañana siguiente, después de desayunar con el resto de la tripulación, bajé a la piscina y un grupo de compañeros que llevaban un ratito ya ahí me dijeron que había un señor que me buscaba, que era el hijo de una amiga de la fallecida. Se había acercado al hotel, para que le explicásemos como había sido todo, y que ellos iban en la parte de atrás del avión, no podían darle detalles.
Me dirigí al señor en cuestión, que se identificó como el secretario del Ministro del Interior, que su madre era la amiga que acompañaba a la fallecida durante el crucero por el Danubio. Me explicó que la fallecida era una periodista retirada muy famosa en Centroamérica, y que le gustaría conocer todos los detalles que yo pudiese proporcionarle, y así lo hice.
Acabé mi historia diciéndole que al final habíamos llegado a bromear con el hecho de que la hubiese asesinado su acompañante, y entonces, me miró fijamente y me dijo: señora, esto no es Europa, es Guatemala. El cuerpo ha sido incinerado a primera hora de la mañana, antes de que pudiésemos pedir una autopsia, y ésta señora no tenía familia. La hijastra ya ha tomado posesión de las llaves de la mansión.
Creo que parpadeé un par de veces y dije un “entiendo”, alegrándome de vivir donde vivo.