La Sesión
La Sesión
Sybil ha estado junto a nosotros desde hace tanto tiempo que me es imposible recordar con exactitud. Las memorias son grandes nebulosas en mi mente, y los años no me han ayudado más que a enmarañarlas mucho más.
Debo decir que ella se ha convertido en parte de la familia desde la dolorosa y fortuita partida de Greg. Me es casi imposible imaginar la vida sin ella, sin su apoyo, sin la calma que nos proporciona a todos su celestial don.
Es tan bueno tener su preciada amistad y por supuesto su increíble talento a nuestra entera disposición por estos días. Realmente creo que hemos sido bendecidos por su presencia.
Desde un tiempo a esta parte hemos estado intentando hacer contacto, pero no hemos tenido éxito. Sin embargo, algo me dice que esta noche todo ha de cambiar.
Es algo que se percibe en el aire, una sensación indescriptible de ansiedad mezclada con temor y un poco de etérea alegría. Alegría que me inunda tras la sola idea de poder comunicarme con Greg una vez más. Solo una vez más.
Lamentablemente la última vez que creímos estar haciéndolo, fue una sesión bastante calamitosa y con resultados poco afortunados, por decir lo menos.
Así que todas las esperanzas están cifradas en esta noche.
Sybil llegó como siempre a las tres, treinta y tres de la madrugada, ataviada con sus mejores prendas, y se podría decir que carga sobre ella la mayoría, sino todos, sus amuletos de aruspicina.
Ella siempre precavida, nos recalca que hacer contacto con el “otro lado” nunca ha sido fácil. Y que se necesita de mucho más que sólo talento o que todos los astros estén de nuestro lado, mucho más. Y también como siempre nos repite, que debemos tener en cuenta que siempre algo puede salir mal.
Al comenzar la sesión Sybil se sienta en la cabecera de la mesa y nos pide que nos tomemos de las manos. Luego de eso empieza a tararear aquella ininteligible y extraña melodía, que por alguna extraña razón le da paz a mi desosegada alma.
Una cantidad de minutos después, que me es imposible precisar, el silencio inunda la habitación de súbito y la temperatura baja violentamente.
Puedo ver claramente como el vaho del aliento de Benjamin forma pequeñas nubes al salir expelido a través de su ya anciana y raída dentadura.
De improviso la mesa comienza a tambalearse, como si alguien la estuviese haciendo bailar a su antojo, con el ritmo de una errática y desconocida música.
En ese instante, Sybil se dispone a hacer aquel temible pero esperanzador llamado, y con una voz temblorosa pero decidida dice:
-¡Si es que son capaces de oírnos, dennos una señal!. Lo que sea, un ruido, un crujido, una palabra…
De pronto, en el pasillo que se encontraba fuera de la habitación comenzó a oírse un crujido.
El sonido fue creciendo paulatinamente, hasta hacerse completamente claro a nuestros oídos.
El sonido claramente correspondía al de pasos.
Pasos humanos.
Pasos como los de dos personas caminando juntas. Livianos, lentos y cadenciosos, claramente se dirigían hacia donde nos encontrábamos.
No podía creerlo, por fin habíamos tenido éxito. Finalmente podría comunicarme con Greg otra vez. En mi interior no cabía nada más que sólo una insondable e intensa sensación júbilo.
Mas mientras todos nos hallábamos absolutamente absortos y maravillados por aquel extraño e ilusionante suceso, Gerald palideció de pronto y un rictus cadavérico se apoderó de su siempre tierna mirada.
Su piel parecía no tener más vida que la que le daban nuestros ojos al observarle con profundo terror. Súbitamente, una mueca de indecible pavor poseyó su rostro mientras los vellos sobre la piel de su cuello se erguían como por arte de algún extraño conjuro.
Sybil se encontraba en trance total y haciendo caso omiso de la más importante de todas las reglas a seguir en una sesión de séance, de improviso soltó mi mano y la de Ralph para dirigirse hacia la puerta de la habitación.
En ninguna de nuestras ya entristecidas almas, podía caber una sola brizna más de desconcierto. Ya nada podía ser peor, las cosas se habían salido de control, y la sesión no debía continuar.
En ese momento Sybill con sus ojos opacos y perdidos en el espacio infinito, dejó descansar su oído sobre la madera de la añosa puerta, como con la intención de oír lo que estuviese ocurriendo del otro lado.
Sin más que perder pensé que quizás podría ser una buena idea acompañarle en aquel infausto y desastroso intento.
Apoyé mi oído izquierdo sobre la cerradura de la puerta, esperando poder ser capaz de capturar con mucha más claridad aquel suceso mágico, único e irrepetible. Solo me bastó oír un par de frases susurradas y temblorosas para que mi corazón se detuviese de golpe.
-Toma este crucifijo Louise… y ten en cuenta que estás entrando aquí bajo tu propio riesgo. Recuerda que… que esta… esta es la habitación del hotel donde sucedió la tragedia durante aquella horrible y desafortunada sesión de espiritismo…y ..y todavía se pueden oír como si la escena se repitiese una… y otra…y otra vez,… sin cesar.
Yo no entraría allí si fuese tú. Pero si eso es lo que quieres, ve con Dios.
De pronto, un frío silencio sepulcral se apoderó por completo de la habitación, y pude comenzar a distinguir como una voz débil y entrecortada rezaba una plegaria ininteligible. Mientras yo con los ojos ya casi fuera de sus órbitas, era testigo de como el pomo de la puerta comenzaba a girar suave y lentamente.
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