La leyenda de la cruz del diablo de Cuenca
La leyenda de la cruz del diablo de Cuenca
Dicen, que es recuerdo de esta leyenda la cruz que se conserva en el atrio del antiguo convento de los Descalzos de Cuenca, en cuyo centro se ve una mano extendida, que según la tradición era la huella de la mano de Diego cuando se abrazó a esta pidiendo el auxilio divino, al identificar a Diana como el demonio.
Cuenta la leyenda, que allá por el siglo XVIII vivía en la ciudad de Cuenca, un joven llamado Diego, vergüenza y deshonra de su padre, un conocido juez de la ciudad. Apuesto, conquistador y diestro en todo tipo de duelos, era a pesar de su mala fama, el ídolo entre las damas de la mejor sociedad conquense.
Era un mes de verano cuando apareció en la ciudad una hermosa doncella, que no tardó en convertirse en el objeto de una nueva conquista por parte de Diego, sin embargo la joven desapareció tan misteriosamente como había llegado. Entrado el otoño, la joven apareció nuevamente en la ciudad. Y desde aquel momento diego ya no se separaba ni un momento de ella, por temor a que volviera a desaparecer nuevamente sin que ni siquiera hubiera tenido la oportunidad de intentar conquistarla. La desconocida, finalmente resulto ser tan licenciosa en costumbres como Diego, y pronto produjo actos escandalosos en la localidad, juntos se sentian fuertes, y no retrocedian ni manifestaban respeto ante nada, ni ante lo humano, ni ante lo divino
Nada consiguió el padre de Diego cuando trató de apartarlo de aquellos amores y conductas. Por toda respuesta le dijo que pensaba casarse con aquella dama, de la cual nada sabía, excepto su nombre: Diana. Nombre pagano que asustó al juez, suplicandole a Dios por aquel hijo depravado.
Llegó el día de Todos los Santos. Precisamente aquella noche, la pareja, reunida con amigos y amigas de sus misma aficiones, se divertía y reía del miedo que mucha gente tenía en salir de su casa o bromear a propósito de los difuntos y vida de ultratumba. Diego llegó a discutir con Luís, uno de sus amigos, que se negó a acompañarle en un viaje que proyectó hacer en aquel mismo momento por el campo. De tal discusión resultó un desafío entre ambos, que quedó concertado para el amanecer del día 3, ya que Luís, temeroso, se negó a llevarlo a efecto aquella misma noche.
Pero Diego y Diana, acompañados de unos pocos, salieron y se dirigieron hacia el atrio de la ermita de las Angustias. Ninguna de las alocadas damas les acompañó. Sólo unos pocoshombre , que muy pronto dejaron solos a los amantes.
La noche, tormentosa, con abundantes truenos y relámpagos, acabó en una lluvia que fue empapando los vestidos de Diana, sentada junto a Diego en las escaleras del atrio. Al advertir el joven el estado de Diana, completamente mojada, y tiritando de frío, le propuso guarecerse al abrigo de la ermita. La puso en pie, y al tratar de llevarla en brazos, debido a un relámpago deslumbrante y habiendo quedado un poco levantando el vestido, descubrió no una pierna de mujer, sino una horrible pata de cabra, peluda y fea, terminada en una horrible pezuña.
Diego comprendió al momento su equivocación. Había estado coqueteando con el diablo, en forma de bellísima mujer. Subió las gradas de la escalera donde se habían sentado y abrazándose a la cruz pidió auxilio a Dios. La fingida Diana desapareció en un alarido, envuelta en siniestros resplandores.
Diego aterrorizado, descendió las escaleras y se dirigió al convento de los Descalzos, en cuya puerta estaba la cruz. A su llamada respondieron los frailes, ante cuyo prior hizo el joven confesión de su terrible experiencia, así como de sus culpas. No quiso levantarse del suelo hasta que le permitieron quedarse en el convento.
Su arrepentimiento, dicen fue sincero, pues tuvo una larga vida, santa, penitente y ejemplar.
“Y no es maravilla, porque el mismo Satanás, a veces, se transforma en ángel de luz”. (2 corintios 11:14)