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El duende

Cuando era pequeña, casi todos los fines de semana íbamos a visitar a mis abuelos paternos a otro pueblo.

A mi abuela, le gustaba comprarnos pequeños detallitos y siempre me llevaba a una habitación para enseñármelos.

Recuerdo muy bien esa habitación. Estaba en la segunda planta, era amplia y muy luminosa, me encantaba asomarme al balcón y sentir el aire fresco en la cara. No había muchos muebles solo un armario y una cama de matrimonio con peluches y muñecas antiguas.

Algo me resultaba extraño de aquella habitación, era que se escuchaba una voz burlona que hablaba y que se reía de manera jocosa.

Las sillas malditas del Castillo Belcourt

Nunca quería quedarme sola en esa habitación. Por miedo, a que saliera algo de debajo de la cama.

En una ocasión, hasta busque entre las muñecas y peluches por su algunos iban a pilas y por eso escuchaba aquella voz. Ninguno tenían mecanismo los cuerpos estaban rellenos de algodón.

Un día, se me ocurrió la genial idea de preguntar a mi abuela si ella escuchaba esa voz. Ella me miró fijamente y comenzó a reírse. Me abrazo y me beso la cara, mientras nos sentábamos en la cama.

Me explicó, que ella llevaba años escuchando esa voz, me dijo que era el duende de la casa.

Al parecer, la curandera del barrio, estuvo en una ocasión en casa y le dijo que tenia un duende, al cual no debía que tener miedo.

Que era un duende bueno, y que solo se dedicaba a deambular por casa.

Recuerdo, muy vagamente a esa curandera y de a ver estado en su casa, lo que mejor recuerdo era como olía a todas esas hierbas que colgaba en el patio para secarlas. 

No se si todo esto es verdad o no, lo único que sé, es que al morir mi abuela no volví a escuchar a ese duende en aquella habitación. 

Rosa María Roldán

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