ebfeedaefcb

Ayuda en carretera

Era una noche de primavera de 1991. Entonces yo trabajaba como azafata de vuelo en una desaparecida compañía aérea, tenía mi base en Barcelona, y principalmente hacíamos vuelos domésticos, o sea por toda España. Los que teníamos base en Barcelona, dormíamos muy poco fuera de casa. La mayoría de vuelos eran de ida y vuelta, y los primeros de la mañana, así como los últimos de la noche, eran a alguna de las Islas Baleares.

Aquella noche en concreto, no recuerdo de donde venía, probablemente de Ibiza o de Menorca, que eran los últimos vuelos de mi compañía y aterrizaban en el aeropuerto del Prat, entre las 23,00 horas y las 23,15 horas. En aquellos años, yo vivía en Sitges, población en la costa central, una población cercana a Barcelona. Debo aclarar para quién no sea de por aquí, que para llegar hasta Sitges, hay que costear el Macizo de Garraf. Por aquel entonces, no existía la autopista que atraviesa la montaña con sus túneles.

Carretera embrujada en Nueva Jersey

La carretera

Una carretera de catorce kilómetros de curvas serpenteantes, con un precioso acantilado en uno de sus márgenes (el otro margen es monte). Esta carretera siempre ha sido peligrosa y los fines de semana estaba muy transitada a todas horas. Durante el día por la gente que iba a la playa a pasar el día o a cualquiera de las múltiples actividades culturales que la Villa ofrece, y por la noche a todos los fiesteros, entre otras cosas.

Pero era un día entre semana, no había un alma en la carretera y debía ser al filo de la medianoche. Comenzó a lloviznar, esa lluvia fina y tenue que no molesta, y la temperatura era muy agradable. Dejé la autovia de Castelldefels y me adentré en la carretera de costa que me llevaba a mi casa. Como podéis imaginar la iluminación en este tipo de carreteras es inexistente.

El encuentro

Llevaba unos tres o cuatro kilómetros andados cuando, en una curva a mi derecha, vi un coche aparcado en un pequeño margen. Era un coche viejo, de hecho muy viejo, de esos que son muy cuadrados, tipo coche de los años setenta, de un horrible color verde desvaído y fuera del coche, a lo largo del lateral, toda una familia: padre, madre, abuela y dos o tres críos.

Lo que más me llamó la atención es que tenían las maletas con ellos, fuera del maletero, unas maletas muy cuadradas, como muy viejas. Uno de los críos estaba sentado encima de una de ellas. Y llovía. No mucho, pero llovía. Por mi cabeza pasaron varios pensamientos: ¿qué hacen estos aquí a estas horas? ¿Por qué están fuera del coche si se están mojando? ¿Y por qué están todos tan serios? Los adelanté y frené unos metros más adelante.

Pensé que lo mejor era preguntarles si necesitaban algún tipo de ayuda, llevar a alguno de ellos hasta el pueblo o avisar a la Guardia Civil. Así qué me dispuse a hacer marcha atrás. Miré el retrovisor y parpadee. Volví a mirar atentamente, puse la marcha y aceleré. Hacia adelante. La curva estaba vacía: ni coche, ni familia, ni maletas. Nada.

Al llegar a casa me metí en la cama y le di las buenas noches a mi pareja. No me apetecía entrar en una discusión con mi racional marido sobre las jugarretas de la imaginación o similar. Me dormí enseguida. Debo decir que no fue una sensación de pánico la que me invadió en aquel momento, más bien una especie de sobresalto por encontrarme con lo inesperado.

Días más tarde se lo conté a mi familia, durante la comida familiar. Sabía que ellos, no me intentarían convencer de que lo que había visto no lo había visto. Mi hermano menor me sugirió, que intentase averiguar sí había habido alguna familia que hubiese fallecido en aquel tramo de carretera tiempo atrás. Nunca lo hice, entre otras cosas porque sinceramente, no le veía la utilidad de conocer sus nombres, yo ya no podía ayudarles.

Silvia Rossi

Carretera embrujada en Nueva Jersey

Deja un comentario