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Brujas

A lo largo de la historia a las mujeres con cierta dosis de maldad se las ha denominado brujas.

Independientemente de sus cualidades como hechicera, y se ha entendido que el único fin de la brujería es causar el mal.

Sería inocente pensar que todas las brujas son buenas, la magia es blanca o negra, dependiendo que la utilice, las brujas, como cualquier otra persona tienen libre albedrio.

Y lo lamentable es que muchas de las mujeres que por siglos han sido torturadas y asesinadas no practicaban  ningún tipo de magia, salvo la magia de mantenerse fuertes, de luchar por ser personas ante un mundo dominado por hombres.

Un hombre rodeado de hierbas curativas era médico. Una mujer era bruja.

Un hombre que miraba y estudiaba las estrellas era un sabio. Una mujer era bruja.

Los hombres podían escribir, las mujeres ni siquiera leer.

En el programa de la semana pasada hablábamos de los albinos en Africa, una verdadera maldición para los que padecen la enfermedad.

En este último hablamos de las brujas.

La maldición a la que muchas mujeres fueron condenadas por no aceptar la sumisión, ante el papel que la sociedad les otorgara en el tiempo en que les tocó vivir.

En el fondo, seguimos hablando de lo mismo, prejuicio, superstición y miedo.

“Las brujas sabias, son capaces de mirar hacia atrás sin rencor, ni dolor. Son atrevidas, confían en los presentimientos y meditan a su manera. Defienden con firmeza lo que más les importa. Deciden su camino con el corazón, escuchan su cuerpo, improvisan, no imploran, ríen juntas, y tienen los dedos verdes”.

(Jean Shinoda Bolen. Las Brujas no se quejan)

Fran González

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