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Pompeya

“Una horrible nube negra cruzada por relámpagos zigzagueantes dejaba al descubierto masas de llamas, como rayos pero mayores… Sólo se oían los gemidos de las mujeres, el clamor de los hombres. Unos llamaban a sus padres, otros a sus hijos o a sus esposas. Muchos invocaban a los dioses, pero la mayoría estaban convencidos de que ya no había dioses y esa noche era la última del mundo.” (Plinio el joven  “Cartas a Tácito”)

A pesar de que aún no se había recuperado totalmente del terremoto que la sacudió algunos años atrás. Pompeya era una rica y  prospera ciudad comercial.

Se cuenta que sus calles, olían a garun, una salsa hecha con base de pescado, que posiblemente acompañaba a una de los platos favoritos de sus ciudadanos, el cuello de jirafa.

Sin embargo, no era por el comercio, ni por su puerto, ni por la riqueza de sus casas. Ni porque sus templos, se encontraban alineados con las estrellas, en contra de la costumbre del imperio que seguía las normas arquitectónicas de Vetrubio (el que inspiro el cuadro de Leonardo).

Pompeya era famosa por sus prostitutas y sus lupanares. Dicen que estas acostumbraban a aullar como lobas (lupaes), debajo de los puentes, de ahí la palabra fornicar (fornix) arcada de puente.

Le edad en que la niñas se iniciaban en la prostitución, era tan temprana. Que tras la catástrofe, el emperador Domiciano temeroso de que lo sucedido hubiese sido un castigo divino. Estableció en los siete años la edad mínima para ejercer la prostitución. Como curiosidad,  la palabra pornografía se acuñó de los grabados de prostitutas de Pompeya.

Castigo divino. Desde los tiempos primitivos, los hombres atribuían a los dioses cualquier cosa que no pudieran comprender, catástrofes, epidemias, plagas.

Cinco curiosidades del Imperio Romano

Todos recordamos como algunos decían que el Sida era un castigo de Dios, por eso solo atacaba a pecadores. Yo no creo en castigos divinos. Pero Pompeya lo parece o una macabra broma de la naturaleza, que mantuvo intacta la pintura de las casas. Pero mató a todo ser viviente, conservando para los siglos venideros, hasta el horror que se reflejaba en las caras de las víctimas en el momento de su muerte.

Cuentan que en Sodoma y Gomorra, el castigo divino convirtió  a sus habitantes en estatuas de sal, en Pompeya los convirtió en estatuas de dolor, de incredulidad y de sufrimiento.

Pompeya, no es tan solo un libro en forma de ciudad, sino que nos refleja a la perfección la vida cotidiana de una ciudad en la época del imperio romano. Es la bella hija del rico Polibio, que aparece desconsoladamente sola, protegiendo para toda la eternidad al inocente bebé que llevaba en el vientre.

Son los fornidos gladiadores, que yacen inertes en el lugar que presagiaba su destino “morte certa, sed hora incerta”. Son  los esclavos y las esclavas, los matrimonios trágicamente abrazados, los patricios y plebeyos abandonados a su suerte y las prostitutas con sus hijos y familiares o clientes, engullidos todos por la misma ira de lo que creemos fue la  naturaleza.

De todos los recuerdos que me lleve en la memoria de mi visita a Pompeya. Siempre me quedaré con una imagen, la de una mujer llorando desconsoladamente sin que su marido fuera capaz de calmar sus lágrimas.

Seguramente, porque mientras yo me impregnaba con la cultura del imperio, con sus templos y sus casas. Ella se dejaba impregnar por el dolor que aún se debía respirar en sus calles.

Fran González

Poveglia. La isla de la muerte

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