beata y mentirosa

beata y mentirosa

Buenos días, credulillos. La moda de quemar gente atada a un poste para regocijo de los congregados en la típica plaza mayor del pueblo durante la Edad Media se mantuvo vigente bastante tiempo en esta España nuestra. Pero llegaron nuevos siglos, nuevos aires de modernidad que dejaban aquello en lo anecdótico. Seguía habiendo gente que insistía en ser… bruja, o santa, o vete a saber qué, pero lo hacíantan bien que era difícil pillarles.
La cuestión es la siguiente. Clara era una reputadísima beata (antes incluso de subir a los altares) por curar en Madrid todo tipo de cosas: desde un mal de corazón enamorado, hasta difíciles decisiones de Estado (lo mismo servía para un roto que para un descosido). Ella en casa tenía de todo y para todos. Encima debía ser simpaticona, porque se ganó el respeto de la crema madrileña. No había día que pasara ella un rato sola. La pobre era tullida y no podía valerse por sí misma.
Un día la Inquisición le hizo una visitilla, de las de “enséñame qué y cómo lo haces, bonita”. Claro. Clara se quemó las yemas. Y la Iglesia se la llevó por delante. A ella y a su casita. Pero en el Madrid de 1800… imaginaos lo crédula que era la gente. Tanto, que se llevaron trozos de yeso de las paredes… ¡¡como reliquia!!
Os preguntaréis por qué llegó la Inquisición. Os cuento. La doncella que trabajaba en casa de Clara fue despedida, y ella, despechada, se fue a la iglesia más cercana a contar las siguientes fechorías:
1.- Clara no era tullida en absoluto. ¡Lo fingía!
2.- No se alimentaba solo de pan eucarístico como ella decía. Por lo visto se daba estupendos banquetes a costa de la credulidad de los demás.
3.- Ni que decir tiene que fingía los trances.
4.- Los milagros de su acomodada vida eran gracias a la manutención de su madre, por supuesto.
5.- Pidió ser clarisa, y consiguió dispensa papal para ejercer desde casa. Mentira. El documento era más falso que Judas, pero vaya, que la gente se lo creyó.
Así que, Inquisición de por medio, Clara dejó de milagrear. Se libró de la hoguera, por su fama, pero ella, muy enfadada y muy digna, echó una maldición a la ciudad. Y en 1804, un terremoto sacudió Madrid. Los madrileños afirmaron que era por el enfado de la susodicha, a la que continuaban creyendo, ya no beata, sino prácticamente santa.
Lo que Claudia cree es que hay que tener mucho cuidado cuando uno juega con poderes ocultos y religiones. Normalmente quien juega con fuego, se quema. Y si la Inquisición anda por medio… el dicho es literal.
Hasta otra, credulillos. Ya sabéis que podéis seguirme en elsillondeclaudia.wordpress.com y en Youtube/claudialocree

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