Leyenda de la casa de las 7 cabezas
Leyenda de la casa de las 7 cabezas
“Frontero a la catedral se alzaba en la plaza del Obispo hace pocos años todavía, un caserón vetusto, de esos que van desapareciendo uno tras otro de nuestras ciudades, para dejar sitio a las apretadas viviendas de hoy. Sombrío, destartalado, ostentando tosco blasón de piedra desgastado por los años la intemperie, sus apariencias todas mostraban que debió ser la morada de algún magnate de aquellos que en los siglos XVI y XVII perturbaron de continuo la sociedad malagueña con sus rivalidades y sangrientos lances”. Os hablamos de la casa de las 7 cabezas.
Esto es lo que relataba un pequeño artículo en aquella época en la ciudad de Málaga.
Historia
Retrocedamos en la historia hasta la época en la que reinaba en España Felipe IV y nos toparemos con la leyenda de esta casa en el año 1639. Este edificio perteneció a Doña Sancha de Lara Ugarte y Barrientos. Con ella vivía su sobrino, que era su ojito derecho, Álvaro de Torres y Sandoval. Al parecer Álvaro era un conquistador, alocado y derrochador, bastante conocido entre las damas del lugar. La joven y casquivana esposa del Alcalde, Pedro Olavarría, se “encaprichó” del joven, el cual ignoraba a la señora alcaldesa.
Ubicado en la Plaza del Obispo – Málaga
Odios
Se cuenta que Don Pedro era un tipo muy serio, poco apreciado y nada querido por los malagueños y a su esposa se le reconocía aventuras con diferentes hombres. Álvaro, al final, terminó siendo uno más de la lista de amantes de la señora alcaldesa.
Para recaudar fondos para el hospital de Santa Catalina, se represento una obra teatral a la que asistió el alcalde con su señora esposa. Como llegó cuando la función ya había comenzadoy una vez situado en el palco del teatro era costumbre que todos los asistentes del lugar, incluidos los actores que se encontraban en el escenario, se detuviera la función para hacer la reverencia al edil y su acompañante ya que este gesto se consideraba como un saludo al Rey a través de la personal del señor alcalde. El único asistente que osó a no levantarse y reverenciar fue el joven Álvaro. Este gesto enfureció al alcalde y cizañado por su esposa mandó arrestar al imprudente de Álvaro.
Ejecutado
Hubo hasta un forcejeo entre los guardias y el muchacho que se negaba a su detención pero al final fue arrestado y condenado a morir en el garrote vil al día siguiente. Hay que decir que esta injusta decisión del alcalde fue por culpa de su esposa que se la pasó malmetiendo de mala manera a su marido. Doña Sancha al enterarse de lo sucedido, pidió al alcalde clemencia por la vida de su sobrino, pero fue inútil, le pidió que al menos, el pobre infeliz, recibiera los auxilios de un sacerdote y que tomara la comunión pero el alcalde se negó en rotundo.
A la mañana siguiente, de una reja de la cárcel pendía el cuerpo sin vida del joven. Absolutamente nadie se atrevió a decir nada por temor al alcalde.
Enterado el Rey
Esa misma mañana, Doña Sancha salió para Madrid para ver al rey Felipe IV. Allí la recibió Don Ludovico Acebo, el mayordomo del Conde Duque de Olivares quien le asesoró de que primero tenía que entrevistarse con el conde. Fue recibida por Don Gaspar Guzmán Pimentel y Rivera de Velázquez y Tobar que después de escuchar la historia la llevó ante el Rey. El rey se conmovió con la historia y se indignó al ver el abuso de poder que ejercía este alcalde. Decidió que este crimen no se quedara impune y envió a varios jueces, en secreto, para investigar el caso. Quería comprobar que Doña Sancha decía toda la verdad. La justicia intervino rápidamente y en pocos días se montó un patíbulo en la Plaza de la Constitución, antes Plaza de las Cuatro Calles. Allí ejecutaron a las seis personas que habían intervenido en la muerte del joven Álvaro.
Esculpir la cabeza de su sobrino
La única persona que se libró de esta ejecución fue la esposa del Alcalde que huyó y nunca se supo más de ella.
Bajo el patíbulo se escribió una frase que decía: “Esta es la justicia del Rey, quien tal hace, así lo paga “.
Doña Sancha mandó esculpir en piedra la cabeza de su sobrino, en memoria de su injusta muerte. También la de los seis ejecutados (el corregidor, el juez, el secretario, el alguacil, el escribano, el verdugo y su ayudante) . Las mandó colocar en el soportal de su casa. Por eso a esta casa se la llamó: “La casa de las 7 cabezas”.