Los Sachapuyas. Los Hombres de la Niebla
Los chachapoyas son indios dignos de una hermosura digna de soberanos, con unos ojos azules, los cuales son más blancos de piel que los españoles. Se trataba de los Sachapuyas o hombres de la niebla
De esta forma describía Pedro Cieza de León, cronista de Pizarro, a estas extraño pueblo que vivía en las cumbres amazónicas. Su nombre original era el de los “Sachapuyas” que significa hombres de la niebla, o, habitantes de las nubes.
Orígen
Los Sachapuyas,a los que por causa de una deformación fonética acabaron convertidos en chachapoyas, es, sin duda, una de las culturas más enigmáticas del Amazonas precolombino. Eran de piel blanca, ojos claros y cabello rubio o pelirrojo, adoraban a una estrella, Chuquiquincay, y a los dioses que habitan en ella, levantaban todas sus ciudades a varios miles de metros de altitud, en lugares casi inaccesibles, en una actitud defensiva a ultranza, que llevaban al extremo de matar a cualquier intruso que osara subir hasta ellos.
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Jamás descendían de las alturas pues tenían la creencia de que abajo habitaban los descendientes de los demonios del inframundo, capaces de robarles el espíritu. Rendían un extraño culto a la muerte y a perdurar más allá de ella a través de la momificación. Adoraban a las culebras y su principal deidad era el cóndor, invocaban a la Constelación de Leo como protección contra el ataque de animales salvajes.
Cultura
Dejaron como mudo testimonio de su enigmática cultura un importante número de monumentos de piedra, como la Fortaleza de Kuelap. Se le conoce como la ciudad de la niebla, se encuentra a más de tres mil metros de altura en un lugar casi inexpugnable, lleno de traicioneros y peligrosísimos precipicios y senderos de lodo.
Una muralla de piedra de más de 20 metros de altura para cuya construcción se necesitó más del triple de piedras que para levantar la Gran Pirámide de Keops, rodea el enclave. El acceso se logra a través de dos muros enfrentados de unos tres metros de ancho que van estrechándose hasta poco menos de medio metro. Por lo que una vez más acude a la mente ortodoxa el enigma de cómo se logró levantar allí semejante construcción, sin conocimiento de la rueda y la polea, y para defenderse de qué o de quién.
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