Almas en pena. Luces que parpadean

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Almas en pena. Luces que parpadean

Esa iba a ser otra solitaria noche de trabajo como cualquier otra.

Sentado en mi antiguo, desvencijado, pero todavía cómodo sillón, sorbía pausadamente mi taza de café.

Los interminables turnos de noche y el dolor intenso que quebrantaba mi espíritu, hacían que cada día se hiciese más extenuante y monótono que el anterior.

Mis párpados se entrecerraban de manera intermitente, y caían como pesadas cortinas de hierro sobre mis pupilas, nublando aún más mi ya exhausta visión.

Cuando de pronto, mientras intentaba recuperar la atención para proseguir con el trabajo y restregaba mis ojos para desadormecerlos un poco del letargo, todas las luces en la oficina comenzaron a fallar. Todas titilaban de manera alterna, como siguiendo el inquietante ritmo de una inaudible melodía.

Al unísono, algo parecía haberse apoderado de los controles de todas y cada una de las máquinas. Todos actuaban de manera errática, como si tuviesen vida propia. Las pantallas centelleaban violentamente, y el voltaje en la habitación parecía haber entrado en un completo estado de caos.

Un escalofrío me recorrió toda la espina y creí que en cualquier momento todo iba a hacer explosión.

Mientras ocupaba mi adormecida mente en cómo podía hacer para detener la falla, toda aquella sucesión de inexplicables hechos se detuvo de golpe. Sin embargo, solo se detuvo, para hacerme quedar envuelto en la más profunda y cruda oscuridad.

No veía absolutamente nada, ni siquiera la punta de mi nariz.

En preciso instante también comencé a notar como la temperatura de la habitación descendía vertiginosamente, al punto en que podía sentir el frío abriéndose paso entre la carne y los huesos como cientos de miles de agujas afiladas atravesándome la piel.

Rápidamente, busqué a tientas el teléfono móvil que estaba sobre el escritorio, con la firme intención de procurar ayuda o por lo menos alguna respuesta acerca de lo que estaba sucediendo.

La garganta se me cerró de improviso al darme cuenta de que el teléfono estaba, al igual que todo lo demás, totalmente y absolutamente muerto.

Súbitamente, la pantalla que tenía frente a mi pareció encenderse levemente, ya que se podía ver una sutil incandescencia emerger desde la profunda tiniebla que dominaba la habitación.

¿Podía ser posible algo así?

De pronto, recordé con horror que jamás podría asegurarme del estado del sistema eléctrico. Me encontraba en el piso -3 y los controles se hallaban nada menos que en el piso -1.

Desencajado y sintiéndome con las manos atadas, solo me quedaba esperar a que volviese la luz o que alguien pudiera ayudarme a salir de allí lo antes posible.

Comencé a caminar de un lado a otro para conservar el calor en el cuerpo y para disipar un poco la creciente preocupación. El eco de mis cada vez más lentos pasos inundaban el edificio y el sonido de mi respiración se hacía cada vez más pesado por la acción del congelante ambiente.

La única preocupación que poseía mis pensamientos, era la de encontrar un modo de escapar de ahí antes que algo más ocurriese, pero parecía no haber salida. Los ascensores, los teléfonos, los computadores, las puertas electrónicas, todo estaba absolutamente muerto.

Los minutos pasaban y la temperatura se hacía cada vez más insoportable y el dolor que producía aquel seco frío se hacía paulatinamente más profundo e inhabilitante.

Traté de convencerme de que se trataba de una falla generalizada de los sistemas y nada más, y que la única alternativa que me restaba era resignarme y esperar.

Lo único que me inquietaba era aquella pantalla frente a mí, aquella que parecía estar encendida aún. Aquello era lo único que producía un pequeño fulgor de luz y por instinto me quedé junto a ella, quizás con el deseo de que en algún momento volviese a ser cien por ciento funcional y así, quizás, podría ser capaz de contactar a alguien para que me auxiliase.

Intenté incontables veces accionar algo en aquella agónica pantalla, sin lograr cambio alguno. El negro profundo con un pequeño brillo justo en el centro, era lo único visible en aquel indescifrable acertijo.

Parecía haber perdido toda noción del tiempo. Todo me parecía eterno.

De pronto, y justo en el momento cuando había perdido toda esperanza una pequeña caja blanca de mensaje apareció en medio de la pantalla,

Aquella ignota caja contenía un corto mensaje en su interior que decía:

“Escriba aquí el nombre de aquel que desea contactar…”

Al ver tan extravagante y confuso mensaje, una pequeña sonrisa de desconcierto brotó leve en mis labios.

¿Qué quería decir exactamente? ¿A qué se refería tan vaga y disparatada frase?

Era quizás ¿que el sistema de seguridad estaba al tanto de la situación y me estaba tendiendo una mano de ayuda?

O ¿quizás se trataba acaso de alguna broma de muy mal gusto, hecha por algunos de mis no tan amables compañeros de trabajo? O ¿se trataba acaso de alguna venganza sin sentido?

Miré hacia todos lados, para asegurarme de que me encontraba solo, pero la oscuridad era tan espesa que apenas podía ver mis propias manos con claridad y el frío era cada vez más lacerante.

En mi mente no cabía ya más la idea de que aquello tuviere el más mínimo rasgo de seriedad, estaba seguro de que se trataba de una especie de broma de algún creativo, que disponía de demasiado tiempo libre.

Sin embargo, la sombra de la duda me carcomía por dentro y sus profundas uñas se clavaban con fuerza en mi adormecida razón.

No podía dejarlo así, de seguro algo alocado y jocoso me esperaba en el final del viaje. Entonces fue que ese preciso instante, de la nada apareció un segundo mensaje que decía:

“Sabemos que la extrañas…”

Al leer eso, mi corazón dio un vuelco tremendo y mi respiración se detuvo violentamente.

Mis ojos se poblaron de grandes lágrimas, y no pude sino dirigir mis pensamientos al amado recuerdo de mi pequeña y adorada hija Claire.

Y preso de la más insondable indignación y seguro de que se trataba de una aborrecible broma, solo atiné a gritar:

-¡Ya no es gracioso! ¡De veras, NO lo es!!

¡Basta! ¡Esto es demasiado cruel! ¡Esto ya ha llegado demasiado lejos!

¡Sal de ahí maldito bastardo, muéstrame tu asqueroso rostro para poder desfigurarlo de un solo golpe! ¡Sal maldito! ¡Sal! ¡Cobarde… maldito!

Mi mente no dejaba de divagar, mientras una ira infinita quemaba mi corazón. Los recuerdos pasaban ante mis ojos fugazmente. Todo había sido tan rápido, tan cruel. Aquella maldita enfermedad la había arrancado bruscamente de mi lado sin conmiseración alguna.

Enjugué mis mojados ojos e intenté centrarme lo más que pude en hallar al culpable de todo ese sádico circo, pero el hermoso recuerdo de sus pequeñas manos y su tierna sonrisa me quitaron todo lo que me restaba de sano juicio. La melancolía fue más poderosa que la razón, y sin pensarlo ni una centésima de segundo más, me apresuré y escribí su nombre en la caja del mensaje mientras gritaba a todo pulmón.

-¿Eso querías maldito? ¿Eso era lo que querías? Pues ahí lo tienes…

En este mismo instante, la pantalla se tornó de un oscuro carmín, mientras el mensaje se desvanecía entre la grotesca imagen un mar de sangre. Mientras que a mi alrededor el ambiente se hacía más y más gélido, e incluso el blanco vapor de mi aliento podía vislumbrarse tenue en la tiniebla de la habitación.

Los minutos pasaron lentamente. Sin embargo, la incertidumbre y la agitación de lo que me iba a encontrar al final de este devastador juego, me mantenía increíblemente despierto y atento.

De pronto, el cursor comenzó a parpadear ligeramente, hasta que de improviso algunas letras sueltas y sin sentido comenzaron a inundar la estrecha pantalla. Combinaciones de silabas ininteligibles hacían que toda la escena se volviese aún más infinitamente incomprensible.

Interminables minutos de nerviosa espera pasaron hasta que, repentinamente, una frase con sentido emergió de la nada.

-Hola papá…

te extrañaba mucho.

Cada gota de sangre en mi congelado cuerpo pareció detenerse de golpe, mientras mis pálidas y debilitadas manos comenzaban a temblar sin control.

-No tengas miedo papá… yo estoy contigo.

Yo sé que hace frío y está oscuro…pero todo estará bien…

¿Recuerdas cuando me contabas la historia de la mariposa nocturna, antes de dormir y me decías que no debía tener miedo de la oscuridad? ¿Recuerdas?

Todo aquello mostrándose ante mí en ese extraño y abracadabrante mensaje, me conmovió tan íntimamente que creí que iba a perder la consciencia de la impresión.

  • Papi…aquí todo está bien, ya no tengo miedo, ni nada me duele. La abuela Lauren está conmigo papi, no te preocupes por mí. Puedo jugar y correr…pero sabes algo….los extraño, los extraño, los extraño mucho a los dos, a ti y a mamá…

Aquellas revelaciones, eran demasiado personales, solo Claire y mi esposa tenían noción de aquellos detalles nimios, el título del cuento, el nombre de mi fallecida madre…

Con un terror paralizante apoderándose de todo mi ser, comencé a dar crédito a que esto ya no podía tratarse solo de una sádica jugarreta, esto parecía ser algo demencial, pero real.

Mi mente divagaba sin rumbo, y hacía vívidos aquellos últimos bellos recuerdos de nuestra vida juntos. El estar sentado al costado de su cama, acariciando su cabello e intentando distraerla de su dolor, contándole sus historias favoritas para que pudiese conciliar el sueño.

Todo pasaba frente a mí como una descorazonante película de horror que no quisiera jamás volver a ver, pero que al mismo tiempo deseaba atesorar para siempre en mi malogrado recuerdo. Mientras, mis pálidas manos temblaban sin control, ya no solo por la acción del frío extremo, sino por el desconcierto y la inconmensurable turbación.

Los minutos, como siglos vieron pasar su vida ante mis ojos impávidos, hasta que auné valor, y algo de necesaria locura para ser capaz de contestar a aquel perturbador mensaje.

Experiencias extracorpóreas

-Pequeña mariposa, ¿eres tú?

-Papi, papi, estoy tan feliz, tan feliz de verte…te extraño papi. Tú me prometiste que jamás me dejarías sola.

Mis ojos se nublaron completamente envueltos en desmesuradas lágrimas y mis latidos parecieron detenerse como si una lanza me hubiese atravesado de lado a lado. A esas alturas, todo parecía ser parte de la peor pesadilla que jamás haya tenido. Sin embargo, de algo podía estar casi seguro, me estaba volviendo loco.

Completamente loco.

Ya nada importaba. Si es que esto era solo el resultado de una extraña alucinación, habría de vivirla plenamente.

Con aquella idea en mente, ciertamente la única que podía mantener clara, un halo de valentía me rodeó y pude hacer frente a aquella pantalla otra vez.

-Papi, ¿Cómo está mami? Quisiera que ella también viniera a jugar hoy.

¿Puedes hacer que ella venga?

-No, dulce princesa, ella no está aquí…pero tú seguramente la puedes ver desde dónde estás…

-No…no puedo. Es tan triste que no venga hoy… la extraño tanto, pero por lo menos…

Papi, te estuve esperando por tanto tiempo…

De pronto, un silencio sepulcral se apoderó de todo alrededor, mientras el cursor parpadeaba erráticamente ante mí.

Súbitamente las luces comenzaron otra vez a parpadear tenue y erráticamente abriéndose paso entre la espesa oscuridad. De repente, por el rabillo del ojo pude vislumbrar algo moviéndose y recorriendo el cuarto ágilmente.

Se trataba de una pequeña silueta espectral que estaba correteando muy cerca de mí. Incluso podía oír el delicado, pero a la vez animoso sonido de sus pasos y el profundo eco de su enternecedora risa inundando la habitación.

Con los párpados congelados al punto de no sentirlo, no era capaz de ver demasiado, pero tenía la certeza que ella se hallaba allí, muy cerca de mí.

La alegría de aquel momento me regaló nuevo aliento y comencé a sentir un tibio alivio en mis congelados huesos y como si se tratase de un milagro empecé a poder ver más claramente entre la densa oscuridad.

Cuando pude enfocar mi mirada, fue cuando la pude ver.

Era ella. Era Claire, mi pequeña.

Parada frente a mí, con su dulce e inocente sonrisa iluminando su diminuto y pálido rostro.

De pronto, pude ampliar mi visión de la habitación y claramente comencé a ver más y más rostros conocidos.

-¿Abuela?, ¿Papá? ¿Son ustedes?

En ese instante el dulce canto de mi adorada Claire entró a escena y sus delicadas manitos tomaron las mías.

-Papi, papi… ya es hora.

Te prometo que todo va a estar bien.

Tú me dijiste que todo iba a estar bien, ¿recuerdas?

No te preocupes,…era verdad,… todo va a estar bien.

Entonces, extendió sus débiles y lívidos brazos hacia mí y los aferro a mi cuello suavemente. Me abrazó con todas sus fuerzas y me dijo al oído:

-Ven conmigo…

Me sentía tan feliz, aquel tierno abrazo que tanto había extrañado los últimos 2 meses, por fin había vuelto a mí. Mi cuerpo se sentía más liviano que nunca, y mis pensamientos se estancaron presos de una paz infinita, mientras una agradable tibieza recorría todo mi ser.

Lentamente, cada latido se hizo más tardío que el anterior hasta que mi corazón se detuvo por completo y exhalé por última vez.

Pero no tenía miedo, porque ella estaba conmigo y yo con ella.

No había razón alguna para temer.

Nos tomamos de las manos y caminamos juntos hacia el otro lado acompañados de todos los demás.

Al día siguiente encontraron mi cuerpo congelado recostado en el piso de aquella inhóspita y glacial oficina, con el rictus de paz más placentero del mundo dibujado en el rostro.

Al parecer todo fue solo una falla de los sistemas automatizados, pero eso ya no tiene importancia para mí. Lo que sea que haya sido, me permitió estar ahora junto a mi adorada hija una vez más.

Aunque creo, que ya han pasado incontables días desde aquel feliz reencuentro, y aún siento que nos falta algo para estar completamente felices.

Creo que quizás sea momento de que nos reunamos todos.

-¿Qué piensas tú Claire? ¿Te gustaría ir a buscar a mamá?

Pam Ina

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Antes de dormir

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