Un habitual en los cuentos de las mil y una noches, al que tanto Poe,, Lord Byron y muchos otros escritores han hecho referencia en alguna ocasión. El Ghoul, demonio de paramos, desiertos y cementerios. Criaturas etéreas, astutas, no demasiado inteligentes pero lo suficientemente hábiles como para tender todo tipo de trampas a los moradores de las arenas o saqueadores de camposantos.

Se les atribuye el poder de poder adoptar la forma de cualquier animal que se proponga, aunque siente predilección por metamorfosearse en hiena.  Suelen imitar el ladrido del perro para confundir a los peregrinos del desierto haciéndoles creer que hay un campamento cerca, provocando normalmente la desgracia entre aquellos incautos que lo escuchan.

Asociados a la literatura vampíricas, los Ghouls mutaron de predadores a carroñeros, algunas leyendas recientes hablan de que suelen visitar asíduamente los cementerios, donde además de practicar todo tipo de rituales, gustan de ingerir cadáveres en estado de descomposición. En el origen del mito se decía que el Ghoul  también suele poseer los cadáveres de los suicidas hasta que estos se vuelven inmanejables por la descomposición.

La inconografía primitiva árabe los representa como niños de unos tres años de edad, de cabellos rojos, ojos negros e inflamados, con los dientes y la encías cubiertas de sangre negra. Lo que más impresiona de estas antiquísimas imágenes es la atención que los artistas han depositado en los ojos del Ghoul, como si allí residiese toda su maléfica influencia. En este sentido, la edad media no se quedó atrás. Los Ghouls pasaron a ser un símbolo de la demencia más escandalosa, y sus ojos, oscuros e insondables, reflejan todo el horror de sus hábitos alimenticios.

El folklore árabe nos da pautas para para impedir que un Ghoul se apodere del cadáver de un ser querido. En primer lugar, se debe practicar una rigurosa vigilia en torno al muerto, acompañada de campanas, tambores y otros elementos de percusión. Los Ghouls sienten un horror inexplicable por las campanas.

Otro método para ahuyentar a los Ghouls consiste en elaborar un collar de tela púrpura, variedad cromática que resulta repugnante a estos engendros, y colocarla alrededor del cuello del difunto. Los menos pobres podrán enterrar a sus familiares con una medalla de plata grabada con el Tetragramaton.

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Una vez que el Ghoul está instalado dentro de un cadáver no hay forma de expulsarlo. Sólo resta atraparlo y reducirlo a cenizas.

En la obra de H. P. Lovecraft, un ghoul es un miembro de la raza subterránea nocturna. Algunos ghouls fueron humanos una vez, pero la ingesta de carne humana, y quizás la tutela de ghouls verdaderos, los convirtió en bestias horripilantes. En el cuento corto ‘Pickman’s model’ (1927) se los muestra como terribles monstruos; sin embargo, en la novela ‘The dream quest of unknown Kadath’ (1926), los ghouls son menos terroríficos, incluso cómicos por momentos, y leales con los protagonistas. Richard Upton Pickman, un pintor de renombre de Boston que desapreció misteriosamente en ‘Pickman’s model’, aparece como un ghoul en ‘Dream quest’. Un tema similar se encuentra en ‘The lucking fear’ (1922) y ‘The rats in the walls’ (1924), en los cuales se plantea la existencia de clanes subterráneos de caníbales degenerados y carroñeros.

Fran González

 

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