El Profesor Evans del Presbyterian College, de Carmarthen, afirmaba haber conocido a un devorador de pecados, allá por  el año 1825, en aquella época  vivía cerca Llanwenog , Cardiganshire . Aborrecido por los aldeanos supersticiosos como una cosa inmunda, el devorador de pecados  se desvinculó de todas las relaciones sociales con sus semejantes, por razón de la vida que había escogido, vivió como una regla en un lugar remoto por sí mismo, y los que por casualidad lo encontraban  lo evitaban como a un leproso. A este desafortunado se le juzgó como un asociado de los espíritus malignos, y dado a la brujería , encantamientos y prácticas impías, a su muerte, quemaron el cuenco de madera que este utilizaba para comer los alimentos que se colocaban junto, o encima, del cadáver, y que representaban a los pecados que el difunto había cometido en vida.

Etimología

El término Devoradores de pecados, o comepecados, se refiere a un individuo del que se decía, que mediante rituales adecuados, era capaz de asumir los pecados cometidos por otra persona. Asumían como propias las faltas cometidas en vida por los recién fallecidos, se hubieran o no arrepentido de sus errores. Antropológicamente hablando, los Devoradores de pecado existen desde que existe el pecado. El acto de devorar las malas acciones de un tercero puede clasificarse dentro de los rituales antropopaicos, protectores.

Literatura

Extrañamente, los Devoradores de pecados poseen más referencias dentro de la literatura que en la historia propiamente dicha. Sus apariciones, escasas y furtivas, están rodeadas por un halo de misterio y discreción. Incluso hoy día se desconoce cuál era la relación de los Devoradores de pecados con las autoridades religiosas.

Durante el siglo XVIII, los rituales de los Devoradores de pecados eran bastante comunes entre las clases altas. El bibliógrafo y anticuario John Bagford (1650-1716) dio cuenta de un extraño rito por el cual un hombre devoró los pecados de un alto funcionario local a cambio de una fuerte suma de dinero.

Procedimiento

El procedimiento era siempre el mismo. Durante la agonía, cuando la medicina ya nada tenía que hacer, y posterior a la extremaunción de los sacerdotes, los hombres y mujeres adinerados podían, si desconfiaban de la salvación de su alma, convocar a un Devorador de pecados.

El Devorador de pecados tenía una vida mayoritariamente itinerante. Se movía de una región a otra, temido y respetado por todos. No se le permitía acceder a lugares públicos, aunque en general se lo dejaba pernoctar gratuitamente en graneros y chozas. Su dinero estaba manchado por el pecado, desde luego, de terceros, de modo que rara vez se los asaltaba.

Con el tiempo los Devoradores de pecados fueron ampliando su rango de acción. Por ejemplo, ya no se necesitó estar de pie frente al lecho del moribundo para devorar sus pecados. Una rápida visita al cementerio, un discurso sentido sobre la tumba, alcanzaban para suavizar la desesperación de los deudos. En estos casos, la retribución monetaria era notablemente menor.

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Nadie sabe realmente en qué consistía el ritual de los Devoradores de pecados. Algunos dicen que comían y bebían simbólicamente un trozo de pan y algo de sal como síntesis del pecado que asumían sobre sí. Otros cuentan que era todo tipos de alimentos que se colocaban en la habitación del difunto con el cuerpo de este aun presente, e incluso algunos dicen que los alimentos se depositaban encima del cadáver.

Tras los servicios preliminares ayudé a transportar el ataúd a la casa. Una mujer sirvió vino a todos los que habían colaborado. Luego ofreció galletas. Solo uno de nosotros aceptó. Horas después aquel muchacho, presa de la locura, se suicidó arrojándose a las aguas del río. Luego supe que aquellas viandas escondían un propósito maligno: convertirnos en devoradores de pecados.

(Del libro “Costumbres Funerarias” de Bertam S. Puckle)

Fran González

 

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