Se dice que cada persona tiene al menos una fobia. Algunos la descubren de pequeños, otras personas, en cambio, tardan mucho tiempo en reconocer el rostro de sus mayores temores. Hoy en relatos de terror os hablamos de ataudes. 


Luis es un triunfador en muchos sentidos. Gran estudiante que acabó sus estudios de forma muy exitosa, lo cual le facilitó su ingreso en un prestigioso bufete de abogados de la ciudad. Se casó con la mujer que siempre amó con la cual tuvo una hija hace cuatro años.

Todo sonríe a Luis y no hay nada que pueda preocuparle en su vida diaria. Muy querido por sus amigos e incluso por su jefe y compañeros de profesión. En resumen, una vida perfecta, o al menos casi perfecta.

Una mañana como otras tantas como en los últimos cuatro años, la familia al completo esta desayunando en el comedor de la casa. Luis está tomando su café mientras repasa unos documentos para un caso en el que está trabajando. Su mujer, Clara, acabando de vestir a Sofía, la hija de ambos, mientras la niña se toma su desayuno. Todo muy normal.

Luis: Bueno, mis dos mujeres, ya tengo que salir. Nos vemos a la hora de la cena. Portaos bien.

Y besando a ambas en la frente, como acostumbra a hacer, Luis recoge su maletín y sale de casa.

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En dirección al despacho Luis comienza a saludar a toda una serie de personas que, como cada mañana, se encuentran con él en su camino al trabajo.

Pero justo cuando está llegando a la puerta del Bufete, un cortejo fúnebre se le cruza en el camino. No es la primera vez que a Luis en su vida le ocurre algo así. Como ley de vida que es, él ya ha vivido situaciones como esta e incluso ha asistido en alguna ocasión a un velorio. Pero esta vez nota algo diferente. Su atención se centra en el ataúd. Luis nota un extraño choque de emociones en su interior. Por un lado, siente un profundo temor hacia el féretro, pero por otro, no puede dejar de observarlo.

Una vez que pasa el cortejo, Luis entra en su despacho y olvida el suceso. Pero a los pocos minutos, mientras leía unos documentos, las imágenes del ataúd volvieron a su cabeza.

De repente, unos golpes en la puerta lo devuelven a la realidad. Alguien llama de manera insistente. Es su jefe, el cual, abriendo la puerta le dice:

Jefe: Pero Luis, ¿Por qué no contestabas?

Luis: Discúlpeme, estaba demasiado concentrado en unos papeles y…

Jefe: Bueno, bueno, después de estos años me alegro que sus defectos solo sean esos. Mire, venia para preguntarle si este fin de semana aceptaría venir a almorzar a mi casa. Tráigase a su familia, ya sabe que mi mujer adora a su pequeña Sofía y me ha pedido que los invite a almorzar.

Luis: Muchas gracias Don Álvaro, será un placer. Allí estaremos.

Don Álvaro, tras unos segundos observando a Luis como el que observa un bien preciado, se da la vuelta y cierra la puerta.

Son ya las seis de la tarde y Luis aún se encuentra en su despacho rodeado de varios montones de papeles y archivadores. Todos se han ido ya a casa y solo Luis queda en el Bufete. En la soledad de su despacho y con los últimos rayos de sol entrando en la habitación, el joven abogado decide relajarse tras un día de intenso trabajo. Su puerta entreabierta deja entrever un mueble que se ubica en el pasillo de enfrente. Su color y forma alargada le recuerda al ataúd que vio en la mañana y comienza otra vez a sumirse en una serie de pensamientos a medio camino entre el terror y la curiosidad. Tras un buen rato con sus pensamientos en otra parte, Luis vuelve a la realidad de su mundo y decide regresar a casa.

Cuando llega a casa encuentra a su mujer y a su hija preparando la mesa para cenar.

Clara: Hola cariño, ¿Cómo ha ido el día?
Luis: Bien.

Luis besa a su mujer en la frente y luego besa a su hija también en la frente como acostumbra.

Tras la cena, ya acostados en la cama…

Luis: Ah casi se me olvidaba, Don Álvaro nos ha invitado a almorzar este fin de semana en su casa.

Clara: Muy bien cariño.

Luis: Bueno, durmamos. Buenas noches.

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Unas horas después, Luis se despierta con mucha sed. Se levanta y se dirige a la cocina. Pero cuando pasa por el salón observa, en la oscuridad de la noche, que algo no va bien, algo está fuera de sitio en la habitación. Un extraño objeto aparece apoyado en la pared en un lugar donde no debería haber nada.

Luis, tras unos segundos de duda, decide acercarse un poco más para poder saber de qué se trata. A medida que se va acercando más el objeto va cobrando una forma más definida hasta que ya, a unos pocos pasos, horrorizado, descubre que es un ataúd.

Luis: ¡Ahh!

Luis da un grito que alerta a su mujer que en seguida aparece en el salón. Clara enciende la luz y corre a abrazar a su marido.

Clara: ¿Qué ocurre?

Luis, con la luz del salón ya encendida, observa que en la pared no hay nada.

Luis: ¡Ahí!, ¡Había algo!, ¡Y ahora no está!

Clara: Cariño, no te entiendo. ¿Qué es lo que había?

Luis: Ahora no está.

Clara: Seguramente ha sido una mala pasada de las sombras. Cariño vamos, volvamos a la cama.

Clara, cariñosamente, guía a su marido hasta la cama y ambos se acuestan sin volver a decirse nada.

A la mañana siguiente la familia se ve inmersa en la misma rutina de siempre. Todos desayunan juntos, todo parece transcurrir de forma normal. Pero entonces Clara se dirige a su marido y le pregunta:

Clara: Cariño, ¿Estas ya mejor?

Luis: ¿Qué?, No te entiendo, ¿Por qué lo preguntas?

Clara: Por lo de anoche.

A Luis, de repente, se le cambió el gesto. Su mirada parecía de odio y centrando toda su atención en su esposa…

Luis: ¿¿¿¿Crees que estoy loco, es eso verdad????

Clara: …no… Yo…

Luis se levanta enérgicamente, recoge su maletín y se marcha al trabajo. Ni siquiera el beso de despedida. Es la primera vez desde que viven juntos que se rompe la rutina en la casa. Clara queda un poco aturdida por la reacción de su marido y se centra en su hija para tratar de no preocuparse demasiado.

De Camino al trabajo Luis comienza su turno de saludos, la señora que vive unas calles más abajo con su gatito al regazo, el panadero, que siempre pasa a la misma hora por el vecindario, el señor del kiosco de prensa,…

Pero de repente, algo llama la atención de Luis, una casa con la puerta totalmente abierta dejando a la vista el salón al exterior. Se podía ver desde la calle toda la habitación al completo con su sofá, lámpara, televisor, estantes y en el centro, de forma majestuosa, un ataúd, un gran ataúd blanco con los bordes de plata. Luis queda inmóvil ante la imagen que se le presenta ante sus ojos. Su temor va creciendo a medida que va descubriendo hasta el más mínimo detalle de la caja.

Pero siente que no puede dejar de mirarla. La atracción y el temor luchan en su interior por tomar una decisión ante tal situación. Ahora Luis, totalmente desconectado de la realidad, comienza a caminar hacia el interior de la casa. Entra lentamente como si un hechizo le hubiera robado la capacidad de decidir y se queda parado frente al ataúd. El respeto que siente ante el objeto es demasiado grande como para atreverse a tocarlo. No obstante, comienza a pasar sus manos por encima de él, bordeándolo, sin llegar a haber contacto entre ambos, solo siguiendo el contorno de la caja.

De repente, un grito hace volver en sí al hipnotizado Luis. Éste comienza a mirar a su alrededor como perdido y se da cuenta que está en el salón de una casa que no conoce, rodeado de personas que nunca ha visto que lo miran asustados algunos, riéndose otros, todos susurrando entre ellos y señalándolo a él. Luis vuelve a mirar hacia el ataúd pero cuál es su sorpresa cuando comprueba que donde antes estaba éste ahora solo hay una mesa.

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Asustado y aturdido, Luis comienza a buscar la salida de la casa. La corbata le ahoga, le falta el aire. Finalmente, después de una serie de torpes intentos por encontrar la puerta de salida, al fin consigue salir de la casa.

De camino al bufete, Luis nota un extraño nudo en el pecho, sus pasos cada vez más torpes, casi arrastrándose por la calle y su visión cada vez más nublada.

Finalmente, el joven abogado llega a su despacho y se cruza con su jefe.

Don Álvaro: Buenos días Luis.

Luis: Buenos días Don Álvaro.

Don Álvaro: Oiga Luis, ¿Se encuentra usted bien?, Esta usted con muy mala cara.

Luis: No, si, sí, estoy bien, solo que no dormí bien anoche, pero nada más.

Don Álvaro, no muy convencido de las explicaciones de su empleado se queda observándolo unos segundos pero decide dejar de preguntarle.

Don Álvaro: Está bien. Por cierto, ahí le he dejado unos informes del caso del anciano que ha aparecido muerto en la Pensión Familia Martín. Procure tenerlo todo listo para esta tarde. Ah, y no olvide el almuerzo de mañana en mi casa.

Luis: Si señor, no se preocupe, ahora si me disculpa, estaré en mi despacho.

Luis entra en su despacho y se sienta en su silla. Después de tomar grande bocanadas de aire intenta asimilar lo que le está sucediendo.

Las horas van pasando y Luis apenas consigue centrarse en su trabajo. Lo sucedido en la mañana es una experiencia demasiado espeluznante como para poder pensar en otra cosa.

Ya de noche, de vuelta a su casa, Luis parece haber olvidado un poco todo lo de la mañana. Intentan convencerse de que todo está bien, posiblemente un poco de estrés sea el causante de esto, se dice a sí mismo.

Luis entra en casa y saluda a su mujer y a su hija de forma muy efusiva.

Luis: ¿Qué me tenéis preparado para cenar?, vengo con mucha hambre.

Clara: Arroz con pollo. Tu plato favorito ¿no?

Luis sonríe y comienza a preparar la mesa.

Una vez están los tres sentados en la mesa, comienzan a cenar. Luis y su esposa conversan sobre temas triviales que les ayudan a desconectar un poco de la dura semana que está a punto de acabar, cuando de repente, algo llama la atención de Luis. Tras su mujer, en el descansillo de la casa, observa parte de un ataúd en el suelo cuya tapa se encuentra entreabierta. Clara, mientras tanto, ajena a la visión de su marido, sigue hablando como si nada, hasta que se da cuenta que su marido no le está prestando atención. Mira fijamente a su esposo y se sorprende al observar que éste esta ojiplático mirando algo que se supone está detrás de ella. Clara se da la vuelta y mira al descansillo pero no ve nada que llame su atención ni que de motivos para explicar el extraño comportamiento de su esposo.

Clara: Luis, basta ya, ¿Qué te sucede?

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Luis comienza a mirar a su mujer con el rostro lleno de odio. A su vez, éste aprieta en tenedor y lo golpea contra la mesa.

Clara y Sofía, asustadas miran atemorizadas al cabeza de familia sin entender que está sucediendo, sin encontrar explicación al cambio radical de ambiente que están experimentando en una cena que, hasta ese momento, se presentaba agradable.
Luis: Ahora entiendo, esto es cosa tuya. Ya sabía yo…

Clara: ¿Qué… que quieres decir?

Luis: ¡Cállate!, ¡No te atrevas a volver a interrumpirme!

Tras esta amenaza de Luis a su esposa, el silencio en la casa se volvió sepulcral.

Luis: ¿Te crees que no sé que todo este montaje de los ataúdes es cosa tuya?, Tratas de volverme loco, ¿Verdad?, Tantos años de trabajo para que tú me hagas esto. Ya decía yo que todo era demasiado bonito para ser verdad. Pues no, tu amor por mí ha sido una farsa. No es posible que todo le vaya a uno tan bien.

Clara rompe a llorar y seguidamente coge en sus brazos a Sofía y se encierra en la habitación de la niña.

Mientras tanto, Luis queda allí solo en el comedor y decide acabar su cena. Una vez que acaba de cenar, se levanta y se dirige a su habitación.

Luis: Esta noche dormiré solo, mejor para mí. Más vale solo que mal acompañado.

Luis se acuesta en la cama y cierra los ojos. Tras unos instantes con los ojos cerrados, éste abre los ojos y mira hacia el techo, y allí, en la oscuridad de la habitación, descubre que dos ataúdes flotan encima de su cabeza. Dos ataúdes flotando a la vez que van girando como danza macabra que las guiara.

El joven marido, como si de un espectáculo se tratara comienza a mover las manos tal cual lo haría un director frente a su orquesta. De sus labios comienzan a salir palabras casi indescifrables a la vez que sus ojos comienza a moverse a una velocidad pasmosa, hasta que, finalmente, el exaltado e improvisado director de orquesta da por finalizado el espectáculo con un cabezazo en la cama.

Al día siguiente, en casa de don Álvaro…

Don Álvaro: Que extraño, son ya más de las doce y Luis y su familia no han llegado.

Doña Alicia: Deberíamos llamar su casa.

Don Álvaro: Ya lo hice pero no contesta nadie.

Doña Alicia: Sí que es extraño. Él nunca llega tarde a sus citas.

Don Álvaro: Eso es lo que me preocupa, mujer.

Llega el lunes y Luis tampoco acude al trabajo. Su jefe comienza a preocuparse y decide ir a casa de su empleado para saber qué está sucediendo.

Don Álvaro se dirige a la casa de su empleado con cierta desesperación aunque trata de calmarse pensando que debe haber una explicación para todo aquello.

Don Álvaro llega a casa de Luis y aparca el coche juste en frente de la casa. El experimentado abogado sale de su coche y se dirige a la puerta. Tras llamar varias veces al timbre de la casa no recibe contestación alguna de nadie en el interior de la casa.

Don Álvaro: ¡Luis!, ¡Luis!, ¿Está usted ahí?

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Pero nada, nadie contesta a sus reclamos. Así que el Don Álvaro decide echar un vistazo por las ventanas de la casa. Primero se asoma por la ventana que da acceso al comedor. Allí observa que en la mesa del comedor esta la cena a medio terminar pero no ve a nadie. Unos metros más adelante hay otra ventana, el hombre se asoma y ve que se trata de la habitación de la pequeña Sofía. Todo parece normal en su interior. Pero cuando Don Álvaro está a punto de dejar de mirar por la ventana, se fija en el suelo de la habitación. Su mirada aparece ahora con claros síntomas de espanto, pues, ante él se presenta la imagen más dantesca que en toda su vida ha presenciado.

Allí, en el suelo, se encuentran dos ataúdes. En el primero aparece el cadáver de Clara y a su lado, un ataúd más pequeño en el que yace el cuerpo sin vida de Sofía. Don Álvaro, horrorizado, se echa las manos a la cabeza y comienza a mover los labios pero no consigue articular palabra. De repente, Luis entra en la habitación y se queda mirando fijamente a su jefe. Su cara refleja felicidad, una felicidad que a Don Álvaro le produce verdadero miedo y escalofrió. Luis, sin dejar de mirar sonriente a Don Álvaro, se acerca a los féretros y le da un beso en la frente a cada uno de los cuerpos.

Luis, tuvo que llegar a la treintena de años para conocer algo de sí mismo que hasta entonces desconocía. Muchos pensareis que su fobia resultó ser los ataúdes. Yo, en cambio, tengo una segunda teoría en cuanto a que es lo que ocupó ese lugar en su vida. Ciertamente hay personas que temen más el éxito que el fracaso. ¿No creen?

JESUS GIRALDO

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